domingo, 27 de noviembre de 2011

La limpieza


Waldo vivía de pensión. En casa de Lucrecia, una exmonja que ahora arreglaba huesos y torceduras de la que Lopes no se había fiado nunca. Tenía que pedirle la llave de la habitación y si la poli aparecía por allí seguro que les contaría que él había estado “limpiando”.
Hola, Lucrecia. Me ha encargado Waldo que te pague este mes por adelantado porque no va a venir en unos días.
La mujer le miró con cara de no creerse nada.
Ah, también quiere que le recoja algo de ropa.
La incredulidad le salía a Lucrecia por los ojos. Y por la boca:
¿Para qué?
Ha quedado en llamarme para decirme donde se la mando.
Lucrecia seguía sin creer una palabra, pero una mensualidad por adelantado era un buen cebo. No podía dar una cosa por cierta y la otra por falsa, así que le cambió a Lopes la llave por el dinero. Un leve soborno.
La habitación de Waldo estaba moderadamente ordenada y limpia. Sobre una mesa de despacho, junto al teclado del ordenador, una carpeta verde en la que había escrito con rotulador “VATICANO”. Lopes sacó un destornillador y desmonto la torre del ordenador, sustituyó el disco duro por otro que había traído y volvió a montarlo. Bajó una maleta llena de zapatos de encima de un armario y la vació en un rincón, luego metió en ella la carpeta y el disco duro y terminó de llenarla con ropa.

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