lunes, 28 de noviembre de 2011

El barbudo


Sólo hay algo a lo que el hombre no puede acostumbrarse: el miedo. El miedo constante, interminable, absoluto. Que muerde y se instala en algún rincón del cerebro para crecer y no abandonarlo jamás. Que puede convertir a una persona normal en un monstruo sanguinario capaz de cualquier cosa. El miedo y el odio: la inseparable pareja detrás de todas las atrocidades humanas.
Abdulla Akjatar lo sentía en el pecho, latiendo como un corazón extra no deseado, desde su infancia. Miedo al hambre, a los pálidos enviados del diablo que un día quemaron su casa y asesinaron a sus padres, a un dios terrible y vengativo como todos los dioses que el propio miedo inventa en los hombres…
Ahora, una vez más entre los muros de la prisión, amenaza con ahogarle. Abandonado por sus protectores, cualquier cristiano puede pincharle para vengar el magnicidio, o cualquier musulmán, cada día más numerosos en las cárceles europeas, degollarle para castigar su traición.
Cuando el barbudo de la chilaba se acerca, los dos corazones de Abdulla se disparan.
Es selám alíkum.
Abdula se encrespa como un gato acorralado dispuesto a defenderse con uñas y dientes, pero contesta:
U alíkum es selám.
Estamos en deuda contigo. Has hecho, tú solo, lo que ni siquiera nos atrevíamos a intentar.
El barbudo se inclina levemente mientras lleva su mano al corazón.
-Mi nombre es Ibn Al-Tayyibun y te presento mis respetos. Cualquiera que hayan sido tus pecados, Alá te ha señalado. Ahora estás en Al-Baytun. Tenemos planes: con la ayuda de Alá, nos iremos de aquí pasado mañana y tú vendrás con nosotros.
Abdula se relaja. Pero el miedo, su eterno compañero, no le abandona.

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