lunes, 7 de febrero de 2011

Sospechas sacrílegas

–Por Jesucristo bendito, es indignante que se trate a una desgraciada victima, a un mártir del terrorismo anticristiano, como si fuera un vulgar delincuente. Nuestra única pretensión era rezar junto al lecho del padre Matías pidiendo a Dios por su pronta recuperación y que acoja a su lado el alma del padre Camilo, cuya vida nos arrebataron cobardemente los enemigos de Cristo. ¿Cómo puede negarnos ese consuelo?
–Yo no le niego nada, Monseñor, puede usted rezar todo lo que quiera, pero imagino que Dios le escuchará lo mismo aunque lo haga fuera de esta habitación. Tengo que hacer mi trabajo y sé como hacerlo. Es muy importante que, cuando el padre Matías esté en condiciones, hable con la policía antes que con nadie. La información que nos dan las víctimas es crucial en la resolución de la mayoría de los casos. Además debe estar aislado y vigilado por su propia seguridad.
El Inspector y el Obispo hablaban en susurros aunque no era probable que ningún ruido sacara del limbo al cura-sabandija postrado en la cama en medio de una maraña de tubos, cables y aparatos.
El Obispo, tras un gesto de desesperada impotencia, salió de la habitación sin despedirse, repitiendo entre dientes:
–Indignante, es indignante.
Carretero le siguió al pasillo.
–Monseñor.
Entre su corte de sotanas negras, el Obispo se volvió y esperó sin contestar a que el Inspector se acercara.
–¿Sabe usted, por casualidad, que hacían sus curas la otra mañana en la estación?
El rostro del Obispo se congestionó de ira.
–La libertad y la confianza son valores esenciales en el seno de la Iglesia. No nos dedicamos a seguir los pasos de nuestros sacerdotes. Hablaré con sus superiores para que deje de atormentarnos con sus sacrílegas sospechas y haga algo por capturar a los culpables del atentado. No lo dude.
–Lo que dudo es que fuera un atentado. No he desechado la hipótesis de un ajuste de cuentas, que es a lo que más se parece el tiroteo. No olvide que también uno de los diabólicos terroristas resultó herido de bala. ¿Tampoco sabe Monseñor por qué llevaban armas unos inofensivos sacerdotes?
El fuego del infierno salía por los ojos del Obispo. Ahora fue Carretero quien se volvió sin esperar la respuesta y empezó a echarle la bronca al beato de Martínez.

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