lunes, 7 de febrero de 2011

Locos sanguinarios

–Tú ya no existes oficialmente. Así que tenemos todo el tiempo del mundo. Y también los métodos. Heredamos los secretos de una tradición secular que expulsó al diablo del cuerpo de miles de seres humanos. Durante siglos, los brujos más poderosos y perversos han terminado confesando sus pecados. Tu silencio no tiene sentido: llegará el dolor y crecerá. Crecerá hasta alcanzar el limite de lo soportable y luego más allá. Entonces el Maligno te abandonara, pero tu cuerpo ya estará maltrecho. ¿Y para qué? No tiene sentido, sólo queremos palabras, nada más. Nos lo dirás todo, nos contarás tu vida entera, hasta los secretos más íntimos. Habla ahora y nos ahorraremos un trabajo desagradable. Sólo una prueba de buena voluntad, de que una parte de tu alma todavía está con el Señor.
–Locos sanguinarios. Sois locos sanguinarios.
En los dos días que Waldo llevaba encerrado en aquella celda, esas eran las únicas palabras que había contestado en los interminables interro­gatorios.
No le habían dado de comer ni de beber. Tampoco le habían dejado dormir, cinco o seis curas se relevaban para no dejarle un momento en paz. Waldo ya no veía sus caras y apenas escuchaba sus voces, permanecía encogido en un rincón, en el extremo opuesto a la puerta donde hacían guardia dos gorilas vestidos de monjes.
El padre Lucas se volvió hacia ellos.
–Dúchenle de nuevo: parece que se está durmiendo.
En ese momento un terrible estruendo hizo temblar las gruesas paredes de la celda. El techo se abrió y una enorme mole de granito lo atravesó aplastando como cucarachas al padre Lucas y los dos monjes. Sólo el rincón donde se acurrucaba Waldo se mantuvo parcialmente en pie.
Cuando la nube de polvo empezó a disiparse, Waldo se arrastró entre los cascotes hasta ver el cielo y respirar el aire de la sierra madrileña.

No hay comentarios:

Publicar un comentario