sábado, 11 de diciembre de 2010

Pecado y paraíso


Cómo ha cambiado todo desde hace unos meses. Cómo he cambiado yo.
Es difícil dormir con la conciencia turbia. Siempre he sentido un poso dentro de mí que durante el día me resultaba sencillo ignorar, pero al llegar la noche, en la soledad de mi celda, era imposible desterrar de mi pecho.
La primera vez que vi desnudarse a la hermana Clara en el huerto ese poso se hizo fuego y abrasó mi cuerpo. Desde entonces soy otra. Otra que he sido siempre pero he mantenido escondida en el último rincón de mi mente.
Ni pude ni quise dominarme cuando salí a buscarla. No me arrepiento: esa noche conocí el paraíso. Ahora, si algo me preocupa de este pecado es que acabe. Ya no podría soportar el vacío de antes.
Lo que ella quiera. Cualquier cosa que ella quiera con tal de seguir teniéndola. No me importa que no quiera venir directamente a mi celda. Sé que se desnuda en el huerto para alguien que la mira desde la casa de enfrente. A lo mejor un antiguo amante.
Pero me da igual, cuando siento sus pechos contra los míos sé que ella se enciende como yo y su placer me embriaga. Qué más da lo que hace manar néctar de su sexo, lo único que quiero es beberlo, sentir que me empapa el rostro. Perderme en su carne cada noche.
Ya no rezo. ¿A quién? ¿A un fantasma por muy todopoderoso que sea? Dedico las horas de oración a pensar en ella, a recordar cada instante, cada detalle, a imaginar nuevas delicias. Y, cuando la veo en el comedor o en la capilla, un calor insoportable aparece entre mis piernas y tengo miedo de que alguna hermana note como tiemblo de pies a cabeza.

No hay comentarios:

Publicar un comentario