lunes, 28 de noviembre de 2011

Chapuza


Le ardía la cara. Por la bofetada del Padre Lucas y la humillación a partes iguales. El Hermano Miguel se defendió como si fuera un seminarista novato:
Si el Hermano Cristóbal hubiera conocido el camino no habría pasado nada.
Y para solucionarlo usted le destrozó la cabeza de un tiro.
Ya le he dicho que fue el hombre gris quien me hizo disparar.
Cállese. Son ustedes unos inútiles. Se lo dije, me canse de repetirlo: los queríamos vivos. A los dos. Sobre todo al que ha muerto. Puede estar orgulloso, nos ha cerrado una importante fuente de información sobre la Obra.
No tuve más remedio: intentaba quitarme la pistola.
Vamos de chapuza en chapuza.
En la penumbra el Inquisidor fumaba en silencio. Las palabras salieron ahora de su boca, mezcladas con el humo, en su habitual tono de sermón apocalíptico:
Hermanos, olvidan con mucha facilidad que luchamos contra el Maligno en persona. No se trata esta vez de herejía o maldad humana. Cualquiera de nuestros enemigos es una manifestación de Satanás. Necesitamos una fe absoluta para que el Señor guíe nuestro brazo, sin ninguna sombra de duda en nuestras acciones. Nuestro objetivo es claro y nada debe desviarnos de su consecución. La vida y la muerte no importan en nuestra lucha porque no se trata de una batalla terrenal: somos los protagonistas del enfrentamiento definitivo entre el bien y el mal eternos. No podemos fallar. No le podemos fallar a Dios Nuestro Señor.
Apagó la colilla del cigarrillo y encendió otro bajo la mirada expectante del Padre y el Hermano. Continuó hablando mientras soltaba la primera bocanada de humo:
Escuchen atentamente porque es el Espíritu Santo quien me dicta lo que debemos hacer: el rostro del muerto tiene que quedar irreconocible, da igual como lo hagan, luego metan en uno de sus bolsillos la documentación del tal Waldo y lleven el cadáver a algún lugar de las afueras poco transitado.
Pero Eminencia, no dará resultado: la policía descubrirá enseguida que el muerto no es ese Waldo.
El Inquisidor fulminó con una mirada al Padre Lucas. En cualquiera otra ocasión habría montado en cólera, pero en ésta lo impidió la complacencia en su superioridad. Continuó sonriendo:
Lo sé. Y entonces pensarán que lo asesinó y quiere pasar por muerto. Que lo estará, pero tendremos que esperar unos días. Nos vendrá bien para tener algunas conversaciones con él. Se puede quedar aquí, en el Valle, en una celda del convento, los benedictinos son discretos y no hacen preguntas.

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