–¡¿Pero qué haces?! ¿Dónde vas? Tenías que haber girado a la derecha.
El que les encañonaba desde el asiento delantero puso su atención en el conductor y el que estaba sentado atrás, a su lado, también desvió, inconscientemente, su mirada y su arma unas décimas de segundo. Era la distracción que el hombre gris estaba esperando, sabía que difícilmente tendría otra oportunidad, como un resorte le agarró la mano e hizo que apretara el gatillo: los sesos del conductor se esparramaron por el techo. Forcejearon por la pistola mientras el de delante intentaba controlar la dirección y Waldo se encogía en su rincón maldiciendo haber abandonado la pequeña pistola en una papelera.
El coche se salió de la carretera, dio dos vueltas de campana y se quedo parado, metido en un arroyo. Sonó otra detonación.
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